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¡Ekeko!

Alfredo Quintanilla

Publicado: 2015-03-13

En el cambio de época que vivimos y que ha traído el profundo revival religioso y de diferenciaciones étnicas sobre los que llamó la atención Fernando Fuenzalida en su estupendo libro “Tierra baldía”, algunos secularistas quisieran reemplazar al Santa Claus imperialista por el Ekeko aymara y tercermundista. ¿Será posible tamaña empresa cultural? 

La crisis que provoca el mercantilismo en los que no tienen nada para dar a cambio por lo que reciben puede generar sumisos y pedigüeños por toneladas o niños que aprendan de sus padres a decir con dignidad “¡no!” al consumismo. Como sabemos, la caridad no siempre está en relación directa con los ingresos. El viejo millonario Scrooge es la prueba. La caridad cristiana, la de la gratuidad, aquella del “que no se entere tu mano derecha de lo que hace tu mano izquierda” es discreta y anónima, y es lo opuesto a una demostración de superioridad económica o moral. Pero en tiempos de búsqueda obsesiva de fama, y de celebración de la ausencia de privacidad, resulta casi imposible encontrar a quienes la practiquen. Ahí están las teletonterías para demostrarlo.

Pero volviendo al Ekeko, debo decir que es un amuleto y nada más. No es ningún dios del panteón andino, no es Tunupa, Pachacámac o Wiracocha. No es San Nicolás, quien en el glacial invierno norteño se deslizaba por las casas de los pobres llevándoles leña. Tampoco, el Santa Claus gringo que trae regalos por la chimenea (de las casas del norte). Menos, la versión andina de los reyes magos del Oriente. Ni siquiera es mencionado en el libro “La cultura aymara. Desestructuración o afirmación de identidad”, de Domingo Llanque Chana. No, el Ekeko es un amuleto, cuyos orígenes se remontan al sitio de la ciudad de La Paz, a la que sometieron los indios levantados con los Túpac Amaru y Túpac Katarien, el lejano, aunque histórico año de 1781.

La historia la contó Antonio Díaz Villamil que sí sabe. No le crean a los Aduviris y otros comerciantes politiqueros transfronterizos. En una tradición que recogió en un libro publicado en 1929, relata que Isidro Choquehuanca fue el alfarero que le entregó una pequeña figurilla de barro, cargada de pequeñas bolsitas de alimentos (como una especie de autoescultura) a su amada Paula, que iba a hacer su mita en la casa del gobernador, el brigadier Sebastián de Segurola. Con tan mala suerte, que empieza el sitio, que se va prolongando y comienza a matar de hambre a los sitiados y sus sirvientes. Empero, a partir del cuarto mes de asedio, Paula fue clandestinamente abastecida de maíz tostado, charquis y quispiñas, por Isidro. La muchacha, compadecida, terminó por compartir los alimentos con sus amos, pero, para no delatar a Isidro, le atribuye el abastecimiento milagroso al idolillo, al que llama “Ekeko”. Y su amo le cree. Cuando el sitio termina, a los seis meses, el gobernador ordena que en la feria del 24 de enero, dedicada a la Virgen de La Paz, se rinda homenaje al Ekeko, por su protección, y se lo intercambie, como portador de buena fortuna.

Todo lo que vino posteriormente ha sido una construcción cultural criolla y mestiza. La feria se convirtió en la Feria de las Alasitas y su venta de ekekos, y sus bolsitas de alimentos se convirtieron en miniaturas de buenos deseos para el año nuevo. Luego, ayudada por arrieros, primero, y por la gigantesca migración colla-aymara de fines del Siglo XX, después, se ha extendido entre Guayaquil y Buenos Aires, pasando por Lima y Santiago, y alcanza ya otros continentes.


Escrito por

noticiasser

Una publicación de la Asociación SER


Publicado en

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