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22 de agosto

Publicado: 2012-08-24

Alfredo Quintanilla

A Carlos Vargas León

Sin ánimo de usurpar el terreno tan bien trabajado de la historia política que tiene Antonio Zapata, quería recordar que hoy -22 de Agosto- fue una fecha muy celebrada durante décadas. Se conmemoraba la fecha del “pronunciamiento” del oscuro comandante Sánchez Cerro (por el color de su piel y por desconocido) que generó una crisis política que terminó abatiendo al dictador Augusto B. Leguía. Claro que no todos lo calificaron así, sobre todo los leguiístas, pero en aquellos días surgieron antileguiístas hasta debajo de las piedras. Días después, una turba tomó la casa de Leguía. El mayor Villanueva en sus memorias, recuerda que fue a curiosear y vio como las gentes se llevaban ceniceros, adornos, floreros y hasta cuadros, dizque “de recuerdo”.

El régimen de la Patria Nueva –que así la llamó Leguía con ojo comunicador y marketero- llegó a su fin tras once largos años y dos reelecciones sucesivas, luego que irrumpiera en Palacio en forma tumultuaria, apoyado por la juventud universitaria, cuando todavía no se habían definido los resultados electorales de entonces.

Leguía –el primer Ulloa o el primer PPK del Siglo XX para que entiendan los jóvenes- había hecho carrera empresarial asociado a los ingleses y carrera política en el Partido Civil, bajo cuyas banderas había sido elegido presidente de la República en 1908. Su mandato no hubiera sido recordado si no es que al hermano del Califa, Carlos de Piérola, y a los hijos de aquél, Isaías y Amadeo se les ocurriera sacarlo de Palacio antes de tiempo. Sin haber leído a Lenin, estaban convencidos que las minorías audaces son las que se hacen del poder. Así que, ellos y veinte más, la mañana del 23 de mayo de 1909, asaltaron a una somnolienta guardia presidencial y sometieron a Leguía, vapuleándolo y sacándolo a empellones por el Jirón de la Unión. Querían que firmase su renuncia al cargo. (Detalle formal que los golpistas posteriores no exigieron, por supuesto). Pero los violentistas no tomaron en cuenta que Leguía resistiría con firmeza. Así que tras dos horas de agitación fueron a dar al pie del monumento a Bolívar frente al Congreso, donde finalmente fue rescatado por el Teniente Gómez al mando de un escuadrón de la caballería. (Testigos aseguran que luego del tiroteo, cuando el oficial se presentó y saludó al presidente –milagrosamente vivo- diciéndole “Teniente Gómez, a la orden, señor presidente!”, éste le contestó “Capitán Gómez, querrá usted decir”)

En una sociedad sin medios masivos de comunicación, la noticia corrió de boca en boca y ese rumor construyó el mito fundador de un nuevo personaje político, el caudillo Leguía, como lo fue el manguerazo de la plazuela de La Merced para Belaúnde, o como lo es Locumba para el actual presidente, salvando las distancias. Contribuyó a ello, sin duda, la instauración del llamado “Día del Carácter” como fiesta cívica, con desfiles, tatachines y discursos, en la que se celebraba a Leguía y sus virtudes personales, más que a la defensa de la institucionalidad o de la legalidad o de la soberanía popular, que se había manifestado antes en Lima contra los golpistas Gutiérrez en 1871. De manera que, cuando es nuevamente elegido en 1919 tenía ya esa simpatía –ganada y trabajada al mismo tiempo- y una fuerte personalidad política que hizo prácticamente desaparecer al sistema de partidos existente. Fue el primero en levantar un discurso antipartido, el que repetirían los autoritarios que le siguieron. Ese carisma explica su ascenso y de alguna manera su caída, pues derivó en un culto a la personalidad que lo llevó al régimen al extravío cuando llegó el crac de la bolsa de Nueva York en octubre del 29.

Producido el derrocamiento y enjuiciado Leguía, por esas extrañas tendencias del ser humano (la razón política, diría mi amigo Hernán Maldonado), se instauró la celebración del 22 de Agosto en las que se ensalzaba la figura del nuevo caudillo y todos los escolares debían desfilar y exhibir pancartas, mientras los nuevos políticos afilaban el verbo en los torneos oratorios con la esperanza de subir un escalón. Y, por supuesto, numerosas calles y plazas recibieron el nombre de “22 de Agosto”. Eran los días en que el fenómeno contrario, el de la conmiseración y de la pena por el caudillo preso y enfermo, se extendía por los callejones de Lima. Una historia que hemos visto repetirse.

Hay sesudos estudios sobre el régimen de Leguía y las causas de su caída. Sólo me place recomendar la lectura un libro -que ahora resulta inhallable- “El Partido Comunista y el APRA en la crisis de los años 30” y que se lee como si fuera una novela. Carmen Rosa Balbi, lo escribió como su tesis y en él analiza la coyuntura política preelectoral de 1931. A ver si la PUCP se anima a reeditarlo.


Escrito por

noticiasser

Una publicación de la Asociación SER


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