Carta a Pilar
Ana María Vidal Carrasco
Pilar:
La última vez que nos vimos me contaste que te afectó el libro, que la guerra nunca es idílica, y que la post guerra tampoco lo fue, y me recordaste cómo la violencia que desató, marcó a tu familia y a mucha gente que conocías. Teníamos la costumbre de intercambiar los libros que íbamos leyendo y comentarlos, el último que te di fue El lector de Julio Verne, que te impactó como tantos otros libros de Almudena Grandes que habíamos leído; el último que tú me diste El hombre que amaba a los perros, lo terminé hace poco y nunca pudimos comentarlo.
Cuando te conocí, eras ya toda una leyenda de los derechos humanos. Recuerdo que entraste a un conversatorio sobre mujeres víctimas de violencia política, y todo el mundo decía que habías sido la primera Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos en una de las épocas más cruentas de nuestra historia. Después, te fui viendo más seguido en la Comisión de la Verdad, siempre tan risueña; pero igual seguías siendo un mito para mí,y a los mitos se les ve siempre como de lejitos.
Años después, volvía a trabajar a Lima, y me alegró mucho saber que tú también trabajabas en el mismo lugar; cómo no estar contenta con alguien que irradiaba tanta buena vibra. Al principio, en las mañanas y con cierto temor,entraba a saludarte a tu oficina. Poco a poco se fue volviendo una costumbre,dejando atrás la reverencia con la que iba, y poco a poco se me hizo imprescindible pasar a darte un abrazo y comentar lo que sucedía en nuestro querido país, además de los libros que íbamos leyendo.
Te enteraste antes que nadie de mi embarazo y aguantaste sin quejarte nunca, siempre sonriendo, las terribles nauseas de los primeros tres meses. Cuando decidimos con mi esposo el nombre, fui contenta a decírtelo. Salí más contenta aún, y llorando, cuando me contaste la historia de Agustina la artillera. El nombre era no solo un homenaje a las mujeres fuertes como tú,sino también un homenaje a mi papá.
Mil veces te pedí consejos, creo que en más de la mitad de ellos no te hice caso. En cada ocasión que publicaba una nota en esta página, pasaba por tu oficina para que me dieras tu aprobación, aunque la mayoría de las veces salía cuadrada, me decías que baje el tono, que no se logra mucho siendo agresiva, que puedes decir la verdad de forma más serena y alcanzar cambios, de verdad lo intentaba, lo seguiré intentando.
Aprendí mucho de ti, mujer brava y pionera que con mucho esfuerzo, en una situación tan complicada y adversa como la post guerra, terminaste el colegio; y que luego, con más coraje y paciencia aún, te licenciaste de abogada venciendo tantos obstáculos. Para mí siempre serás mi amiga, una de las primeras abogadas españolas.
Entendí que se puede estar lejos y guardar un amor inmenso por tu familia, por tu hermano Joaquín y tus otros hermanos, por todas tus sobrinas y sobrinos que siempre te mandaban fotos y mensajes. La felicidad con la que preparabas tu viaje cada dos años para regresar a tu casa.
Mujer fuerte que todos los jueves ibas contra viento y marea a visitar y dar esperanza a las mujeres internas en el penal de Chorrillos, que llorabas de indignación cuando veías que se maltrataba a la gente. Te molestaba cuando los personajes sin escrúpulos de siempre querían linchar el trabajo del movimiento de derechos humanos, y te dolió mucho cuando ese señor, que no merece la pena nombrar, salió a nuevamente a insultar tu trabajo, porque no era solo tu trabajo el que atacaba sino también a las personas que buscabas defender.
Amiga que me escuchabas y que disfrutabas tanto de esas pequeñas cosas, ir a almorzar “al pescadito”, ese restaurancito de menús y cebiche a unas cuadras del Bartolo, o al lugar de pastas y pedir una lasagna que tanto te gustaba. Regando tus plantas, arreglando tu oficina siempre tan ordenada, cálida y acogedora, igual que tu hogar en Pueblo Libre.
Siempretan regia con tu cabello corto y bien peinado, con tus aretes y collares, tan fresca, me podías decir a boca de jarro lo bien que se me veía bien o, de pronto, decirme que había engordado o que no dejara de usar aretes y que me pusiera ropa más alegre, que con tanto color oscuro parecía que iba a un funeral, y lo decías con mucho amor.
Pilar, querida amiga, son muchos, aunque nunca serán suficientes, los homenajes que te han hecho como una de las fundadoras del movimiento de derechos humanos en el Perú, como la persona que pudo articular a tantas organizaciones y defendió, ante todo, la vida y la dignidad de todas la personas, pero estas líneas te las escribo para recordarte como la gran amiga que eras, la que siempre podía encontrar un tiempo para escucharme, preguntar por mi familia, por mi pareja, por cómo me estaba yendo en el trabajo, en la vida o en el amor. Esa Pilar que conocimos tantas personas y a todas nos dejó ese gran pedazo de amor en el corazón, esa Pilar que cada una de nosotros y nosotras ya extraña en el día a día y que nos será eterna.
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