Los pecados capitales de Hernando de Soto
Por: Carlos Alberto Adrianzén
El pasado domingo 5, El Comercio abrió su edición con una noticia alarmante: 70 mil millones de dólares de inversión minera estarían paralizadas en el país. El responsable de tal afirmación no era otro que Hernando de Soto. Sin embargo, la sustancia de la entrevista no fueron esos miles de millones de dólares paralizados, sino los recientes encuentros que ha sostenido De Soto con los que aparentemente mueven las protestas antimineras. Estas reuniones habrían sido posibles, según la versión del entrevistado, gracias al trabajo que viene desarrollando con los mineros informales, quienes habrían facilitado el encuentro del autor de El Otro Sendero con los antiguos senderistas hoy reciclados en antimineros.
De Soto se ufana en las páginas del Decano no sólo de estar preparando, junto a los a los mineros informales (nada menos que un 20% de la población del Perú según sus cálculos), una propuesta para su formalización; sino también de estar en camino de convencer -si no lo logró ya- a los antimineros para que Conga, Tía Maria y el resto de proyectos parados avancen. Por si fuera poco, advierte el autor de El Misterio del Capital, esto lo ha llevado a estar en el centro de la lucha ideológica que se viene librando en el país y que se grafica en la conocida consigna “Agro sí, mina no”. Así, en la solución a la contradicción entre agro y minería parece jugarse el futuro del actual modelo y de los consensos ideológicos existentes en la sociedad desde las reformas de los 90.
Hay varios elementos para destacar en una entrevista que se dispara en tantas y variadas direcciones; sin embargo, me detendré en uno solo. La fama que ha alcanzado De Soto tanto dentro como fuera del país se ha construido sobre su imagen de experto. El economista se ha presentado a la opinión pública, desde los años 80, como un experto. Es decir, como alguien que posee un conjunto de competencias en un tema o campo específico, pero no en otros. Es desde ese lugar que De Soto construye su participación en la esfera pública. Sus recomendaciones son fruto de ese saber experto encarnado en las investigaciones sobre los costos de la formalidad que lo hicieron famoso.
En un mundo donde el saber “ideológico” del intelectual humanista cedió su lugar en la esfera pública al del experto y su saber técnico, De Soto era una rara combinación. Situado en la esquina del experto, era capaz de proponer lecturas profundamente ideológicas sobre la realidad nacional. Y era esa su ventaja. La ideología quedaba opacada detrás de las cifras que sus estudios de campo presentaban.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el perfil de experto que De Soto labró, en mi opinión, se ha trastocado. Sus últimas participaciones, primero a propósito del Baguazo, de la derrota de Sendero Luminoso -y su papel en ella- y recientemente en el tema de los mineros informales han terminado por alejarlo del discurso experto.
Las lecturas que sobre cada una de estas problemáticas ha ofrecido De Soto, si bien buscan construirse desde el saber experto, haciendo referencia a estudios empíricos sobre cada caso, no han tenido éxito. El discurso experto con sus referencias empíricas ya no existe. Lo que hay es un discurso general sobre los derechos de propiedad, que se aplica con pocos retoques a cada situación específica. Más allá de si los estudios que sostienen las declaraciones de De Soto existen, lo cierto es que sus presentaciones públicas sobre estos temas han cambiado sensiblemente. Hoy se circunscriben a comunicados a página completa en los principales diarios de circulación nacional, donde más allá de una cifra por acá y otra por allá, o de las citas a indígenas deseosos de convertirse en propietarios, el discurso experto está totalmente ausente.
Desdibujado su papel de experto, el carácter ideológico y por tanto político de sus declaraciones resulta más visible. En un tiempo donde el saber experto sigue marcando la pauta, no sorprende que la legitimidad de De Soto haya disminuido notablemente. Ya no se trata de políticos o académicos izquierdistas denunciando sus recomendaciones por neoliberales, sino de políticos del stablishment que se ha construido en los últimos 25 años, señalando como políticas las declaraciones del economista.
Si antes De Soto fue capaz de traducir sus recomendaciones en políticas públicas y en discursos presidenciales, hoy funcionarios de primera línea no solo descartan sus recomendaciones, sino que, peor aún, las ningunean.
Resulta difícil conocer las razones que han llevado a De Soto a salirse de su papel de experto. La sensación que queda, luego de haber leído varias de sus últimas entrevistas, es que el autor de El Otro Sendero parece haberse obsesionado por situarse permanentemente en las encrucijadas clave de la historia reciente del país, no importa si estas ocurren en medio de la selva, en algún socavón minero o en una luminosa trinchera de combate. Lo que importa es estar en el centro de los problemas más urgentes del país, resolviéndolos -o por lo menos pretendiendo hacerlo- y eso, creo que se parece mucho a uno de esos que los católicos llaman “pecados capitales” y que Santo Tomás colocó en el número uno.