No soy historiador ni mucho menos un especialista en el Siglo XIX o en asuntos militares. Sin embargo, como antropólogo aprendí hace muchos años que toda voz –oral y escrita– y que todo objeto nos puede ayudar a comprender mejor las sociedades que estudiamos o aquella en la que vivimos.  

Uno de estos objetos es la correspondencia, porque nos permite acercarnos a las complejidades de un personajes como su trama de relaciones, sus angustias y necesidades y, a partir de ellos, empezar a entender parte de su época. Por ello la lectura de los dos tomos de "La Guerra Maldita. Domingo Nieto y su correspondencia 1834-1844" (Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco-Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional del Perú 2015) publicados por la historiadora Carmen McEvoy es un excelente ejercicio para conocer mejor un momento clave de nuestra historia republicana.

Domingo Nieto tuvo una vasta correspondencia y debo decir ex profeso Domingo, y no el Mariscal, porque detrás del estratega militar, o del político, lo que sus cartas nos muestran es a un hombre y no solo a él, sino también a su época.

A Nieto le tocó vivir una época difícil. Sus apuestas llenaron su vida de sobresaltos, en medio de las varias guerras que le tocó librar. A pesar de las angustias del militar que ponía por encima de la espada, la Constitución y la Ley, en un contexto donde muchos de sus contemporáneos actuaban en sentido contrario, lo que uno encuentra es una consistencia en el discurso y en la acción. Además, uno encuentra una sana preocupación porque nuestro país saliera del entrampe al que la política de caudillos llevó a nuestra naciente república en las primeras dos décadas de su historia.

Al revisar las cartas a Orbegoso, Santa Cruz, incluso a Gamarra, lo que uno descubre es alguien que le dice a sus pares que la comunicación o el dialogo es algo que nunca debe romperse, que incluso en la confrontación se debe seguir dialogando para encontrar el fin del conflicto.

Pero Nieto no solo mantenía los canales del dialogo abiertos, sino que además tenía que resolver los problemas cotidianos de la guerra. Los que no hemos sido parte de una guerra no podemos comprender mucho los problemas cotidianos que acarrean, quizás porque nunca hemos querido entender bien a los militares, o quizás porque imaginamos las guerras tal como nos las mostró durante décadas el cine de Hollywood, donde la logística militar nunca parecía ser un gran problema.

Quienes hacen la guerra, sobre todos en puestos como los que tuvo Nieto, tienen que pensar en un tema clave, sin la cual la guerra es imposible: los recursos. En ese lugar es donde alguien que ha recorrido buena parte de los caminos de la costa y de la sierra que recorrió Nieto, se queda impresionado con el conocimiento del territorio y de los lugares en donde estaban los recursos necesarios para la guerra: alimentos, hombres, animales, y cuáles eran los lugares claves donde dar la batalla, o donde permanecer en espera.

Existen muchas partes de la correspondencia de Nieto donde uno comienza a compartir sus angustias. Cuando los recursos que demandaba no siempre llegaban, o cuando no contaba con los suficientes hombres para enfrentar al enemigo de ocasión. A pesar de la complicada situación, Nieto no cejaba en su insistencia y enviaba nuevas cartas, a la vez que imaginaba nuevas salidas a sus problemas.

La correspondencia de Domingo Nieto nos muestra otras dimensiones de su vida. Una es la del hombre de honor, que respeta la ley, y por ello vive un auténtico drama personal cuando es borrado del escalafón del Ejército en 1839. Un hombre que se percibe en toda su intensidad en las cartas a su esposa –que no solo cumple el rol de confidente de sus trajines, sino además de agente de los intereses de su esposo–. Y otras en las que Nieto no solo está pensando en sus desventuras del momento sino en la Historia.

Este último es otro aspecto que llama poderosamente la atención, porque Nieto es plenamente consciente de que él y varios de sus contemporáneos –que no son solo aventureros que pugnan por el poder– no solo están haciendo historia, sino que van a ser parte de la Historia que quedará registrada, porque tiene sentido de Nación. Al leer la correspondencia de Nieto, uno encuentra esa lucidez que tanta falta hace en nuestro país y en nuestra política en estos tiempos.


*Extracto de la presentación del libro “La Guerra Maldita”, de Carmen Mc Evoy, realizada en marzo del 2015 en la Biblioteca Nacional del Perú